Sunday, February 25, 2007

Pide por esa boca

Bienvenida a casa, me dice el frío cubriéndome de besos, de una zancada uno de los ángeles que pululan por el cielo sobre Berlín se planta a mi lado y me ausculta el pensamiento y yo sonrío para que los sarmientos se me escapen también entre los dientes, aprovechando que huelen a mimosín y a arrebujo. Un secreto es que las palas no me coinciden con los dientes de abajo, que no se cómo se llaman, incisivos quizás, como yo antes, incisiva y reincidente, turgente y afilada y aguda y más cosas que ya no soy, qué alegría, alegría. Queda un huequito del que nunca se percataron los dentistas, la parte inferior un milímetro más atrás que la superior. No se por qué me lío a dar explicaciones, dijo el manzano cuando le pidieron una pera. Currywurst se llama la típica salchicha de Berlin, sin más, cocida y al ladito te ponen ketchup con curry. Como no puedo juntar los dientes al morderla resulta que no atravieso la piel, y la voy vaciando, muy cómico todo. Es el único momento en el que me doy cuenta de esa pequeña tara de mi boca, el resto del día siempre ataco con el labio superior, a mandíbula batiente, como el frío que nos late en la sien, me siento viva. El último secreto lo sabe, que yo sepa, sólo una persona, y es que cuando lloro como lloro cuando lloro, me tiembla el labio inferior. Lloro bien poco la verdad. Y aún menos a menudo, de verdad. Y no me gusta llorar delante de la gente. Tardaré cinco minutos en salir a la calle con la boca muy abierta, de sorpresa y de grito y de campanilla que se estremece y regocija, y el viento no tiene la piel dura, puedo comérmelo a besos sin dejar la piel, doy cuatro saltos en el aire y se me pasa mientras me paso la mano por la cara, cara. Y por eso, yo que no pienso nunca, me lo pienso dos veces antes de llorarle a nadie, porque en unos segundos será mentira, estará caducado, y no me gusta que los que me quieren se queden luego pensando que el cocodrilo está triste.
Por cierto que los cocodrilos lloran después de comer, cuando están llenos. Esta es una verdad que aprendí hace poco y que encasqueto a todo el mundo en cuanto tengo la oportunidad.
He estado una semana en Barcelona, paseándome en tirantes, pero qué haces lagarta, calle calle señora que estoy absorbiendo sol, que maravilla el sol de febrero, que huele todavía a chicle de menta y no pica en la piel. A Barcelona también se le escapan los pensamientos como sarmientos entre los dientes, tintinean y se ríen y se mojan y se secan, en el barrio judío acercan las casas sus pancitas, sin prisa, confiadas en unir en un futuro pasillos y recovecos, puertas y celosías. El futuro no queda ni lejos ni cerca, ya bueno, pero qué me recomienda, cojo el metro o voy andando, oiga pero no se vaya, vaya vaya. El mar siempre queda hacia adelante y se va mejor andando. Nadando.
Tesoros que no se tapan la boca. Milagros sonrientes, huequitos que nadie detectó en los que cabe un mundo, y el mundo en un abrazo.
Barcelona y Berlín comparten muchas letras.